Si alguna vez has escuchado que la presión en tus ojos puede ser tan alta como la de la sangre, no estás solo. La hipertensión ocular es simplemente una presión intraocular (PIO) por encima de los niveles normales, sin que exista daño al nervio óptico todavía. Es una señal de alerta que, si se ignora, puede evolucionar a glaucoma, una de las causas principales de ceguera irreversible.
¿Por qué sube la presión? Hay varios factores: genética, edad avanzada, uso prolongado de esteroides o incluso problemas de drenaje del humor acuoso, el líquido que nutre el ojo. Algunas personas también la desarrollan después de una cirugía ocular o por enfermedades como la diabetes.
Lo curioso es que la hipertensión ocular, en sus primeras etapas, suele ser silenciosa. La mayoría de los pacientes no siente dolor ni cambios en la visión. Sin embargo, cuando la presión se dispara, pueden aparecer:
Si notas alguno de estos signos, es momento de acudir al oftalmólogo. Un simple examen con tonómetro mide la presión y confirma si está por encima de los 21 mmHg, que es el umbral habitual.
El objetivo es reducir la PIO y mantenerla estable. Las estrategias más comunes incluyen:
Además del tratamiento médico, pequeños cambios en el día a día pueden marcar la diferencia. Evita fumar, controla la diabetes y la presión arterial, y practica ejercicio regular. Reduce la ingesta de cafeína y mantén una dieta rica en frutas, verduras y ácidos grasos omega‑3, que favorecen la salud ocular.
En resumen, la hipertensión ocular es una condición que se detecta con facilidad si visitas al especialista con regularidad. No esperes a que aparezcan síntomas graves; un control anual de la presión ocular puede salvar tu visión a largo plazo. ¿Tienes dudas o sientes alguna molestia? Agenda una revisión y mantén tus ojos bajo control.
Descubre cómo los fármacos actúan en la hipertensión ocular, cómo elegirlos y garantizar la adherencia para prevenir el glaucoma.
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