La metformina es el fármaco más recetado para controlar la diabetes tipo 2. Si te han hablado de ella, seguramente la hayas visto en recetas, cajas de farmacia o foros de pacientes. Su principal objetivo es bajar la glucemia sin causar hipoglucemia severa, algo que la hace muy popular entre endocrinos y pacientes.
Actúa reduciendo la producción de glucosa en el hígado y mejorando la sensibilidad a la insulina de los tejidos. En la práctica, eso significa que tu cuerpo usa mejor la insulina que ya tienes, y el hígado deja de lanzar azúcar al torrente sanguíneo de forma exagerada.
Lo más importante es seguir las indicaciones de tu médico, pero hay algunos truquitos que hacen la vida más fácil. La metformina suele presentarse en comprimidos de liberación inmediata o prolongada. Los de liberación inmediata se toman dos o tres veces al día, siempre con comida para evitar molestias estomacales. Los de liberación prolongada se ingieren una sola vez, preferiblemente por la mañana, también con alimentos.
Empieza con una dosis baja (generalmente 500 mg) y ve subiendo poco a poco según lo que te indique tu doctor. No te autoajustes; la subida gradual ayuda a que tu estómago se acostumbre y reduce el riesgo de diarrea o náuseas, los efectos secundarios más frecuentes.
Si olvidas una dosis, tómala tan pronto como lo recuerdes, siempre que no sea demasiado tarde en el día. Si ya es casi la hora de la siguiente toma, sáltate la que olvidaste y sigue con el esquema habitual. Nunca dupliques la dosis para “compensar”.
La mayoría de la gente tolera bien la metformina, pero algunos experimentan malestares digestivos: diarrea, gases, sensación de plenitud o náuseas. Estos síntomas suelen desaparecer en unas semanas o al cambiar a la formulación de liberación prolongada.
Un efecto menos frecuente pero serio es la acidosis láctica, una acumulación de ácido láctico en sangre. Los signos son cansancio extremo, dolor muscular, respiración rápida y sensación de desmayo. Si notas cualquiera de estos síntomas, busca ayuda médica de inmediato.
Otros efectos menos notorios incluyen sabor metálico en la boca y pérdida de apetito. Si persisten o te molestan mucho, habla con tu profesional de salud; a veces basta con ajustar la dosis o cambiar a otro medicamento.
También debes informarle a tu doctor si tomas otros fármacos, como antibióticos, antiinflamatorios o suplementos de vitaminas, ya que pueden interactuar y modificar la eficacia de la metformina.
En resumen, la metformina es una herramienta potente para controlar la glucemia, pero su éxito depende de seguir bien las indicaciones y estar atento a cómo reacciona tu cuerpo. Mantén un control regular de tus niveles de azúcar, revisa la función renal según lo recomendado y no dudes en preguntar cualquier duda a tu médico. Con estos cuidados, puedes aprovechar al máximo los beneficios de la metformina y vivir con una diabetes bien manejada.
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